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Evangelio del IV Domingo de Pascua, según San Agustín: El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10, 27-30)

En este cuarto Domingo de Pascua, le llamamos el Domingo del Buen Pastor. Cristo en su evangelio se nos ofrece como pastor, que guía, acompaña a sus ovejas, que les da vida con su muerte y resurrección.

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Pero la entrega que debe hacer también los pastores que cuidan a los hijos de Dios pasa por entregarles su vida, por cuidarles y llevarles a Dios. Pero San Agustín nos da un indicador para saber si somos buenos pastores o asalariados: la unidad. Todo el que quiera ser pastor, guía de sus hermanos, debe buscar siempre el amor y  la unidad de todos en Cristo Jesús.

Hemos oído al Señor Jesús que nos suplicaba el deber del buen pastor. En esta súplica nos ha hecho saber que hay buenos pastores. Y, sin embargo, para que no interpretemos de modo equivocado esa muchedumbre de pastores, dice: «Yo soy el buen pastor». Y a continuación indica qué le convierte en buen pastor: El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado y el que no es pastor, ve venir al lobo y huye, porque le traen sin cuidado las ovejas; por eso es mercenario.

 Así, pues, el buen pastor es Cristo. ¿Qué es Pedro? ¿No es, acaso, buen pastor? ¿No dio él también la vida por las ovejas? ¿Y Pablo? ¿Y los demás apóstoles? Así, pues, todos ellos fueron buenos pastores; no solo por haber derramado su sangre, sino por haberla derramado por el bien de las ovejas. Pues no la derramaron por orgullo, sino por caridad. 

El IV Domingo de Pascua es el Domingo del Buen Pastor. Cristo e

Caridad

Pero, si queréis saber entre quienes han de ser contados, escuchad a Pablo, pastor bueno, puesto que no se ha de pensar que todos los que, en su pasión, entregan sus cuerpos incluso a las llamas, han derramado su sangre por las ovejas, sino que más bien la entregaron contra ellas: Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque conociera todos los misterios y poseyera en plenitud la profecía y la fe, hasta el punto de trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Gran cosa es, pues, la fe que hasta traslada montañas. Son dones magníficos, pero si los poseo sin la caridad no soy nada, yo, no ellos. Ya están señalados. Pero mira cómo sigue: Si no tengo caridad, de nada me sirve. Ved que se llega a los tormentos; ved que se llega al derramamiento de la sangre e, incluso, a entregar el cuerpo a las llamas: con todo, de nada sirve porque falta la caridad. Añade la caridad y todo sirve; quita la caridad y todo lo demás de nada vale.

Pastor de pastores

¿Por qué, entonces, a los buenos pastores les encareces al único pastor, sino porque en el único pastor enseñas la unidad? El Señor mismo os lo expone más claramente sirviéndose de mi ministerio. Partiendo del mismo pasaje evangélico, se acuerda de Vuestra Caridad y os dice: «Escuchad lo que os he recomendado. He dicho: Yo soy el pastor bueno, porque todos los demás, los buenos pastores en su totalidad son miembros míos». Hay un único cuerpo, una única cabeza, un único Cristo, Así, pues, hay un Pastor de pastores, los pastores del pastor y las ovejas con sus pastores bajo el único Pastor.

Sermón 138, 1-2.5

 

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