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Evangelio del 15 de agosto: La Asunción de la Virgen María

La solemnidad de la Asunción de la Virgen María es para nosotros la fiesta de la magnanimidad. La grandeza de ánimo. ¡Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador! A través de la meditación del evangelio de este domingo de fiesta vemos como El Magníficat es un canto sobre Dios y a Dios.

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La maternidad espiritual de María nos regala un esquema precioso para nuestra vida. A ella le fue dada una palabra, un proyecto de vida que no solo contenía exigencias de vida, sino que era fuerza y vida para seguir caminando. Es una maravilla contemplar cómo Dios hace las cosas: María, nosotros, podemos hacer de nuestra vida un canto de esperanza.  Nos dice nuestro Padre San Agustín. Canta y camina, no te salgas del camino, no te vuelvas atrás, no te quedes parado (Sermón 256, 3).

Celebrar que María es asunta al cielo es actualizar la intervención de Dios en nuestra historia, a través de María.

La peregrinación que hace María es modelo para nuestro caminar, muchas veces interrumpido por aquello que golpea nuestro ánimo y nos desconecta de la grandeza del fin último de cada acción. Con la fe obediente se mantiene firme hasta llegar a la meta, la plena comunión con Dios donde ahora brilla nuestra Buena Madre como signo de verdadera esperanza.

Celebrar que María es asunta al cielo es actualizar la intervención de Dios en nuestra historia, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. Para nosotros es una llamada a entregarnos plenamente a la causa de Dios. Así desde La anunciación en Nazaret, pasando por el sufrimiento de la Cruz de su Hijo ella vive “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.

En clave de respuesta al don de María como madre de toda la humanidad quedémonos con tres actitudes respuestas al don de Dios en nuestras vidas: Uno, intentar vivir como María cada día en la gozosa exaltación, gratitud y alabanza por las bendiciones que el buen Dios nos ofrece cada día; Dos, esforzarnos por vivir nuestra relación con Dios desde su esencia: el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; Y tres, potenciar las actitudes de humildad y docilidad a su Palabra pues su soberanía y su amor especial no se resisten a tales actitudes.

Así, la solemnidad de la Asunción es la fiesta de la libertad. La Palabra de Dios nos muestra que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de una que es el orgullo de nuestra raza y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para todo seguidor de Cristo Jesús.

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