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Evangelio del III Domingo de Cuaresma, según San Agustín: ``El misericordioso intercede ante el misericordioso`` (Lc 13, 1-9)

En este pasaje del Evangelio de Lucas, vemos cómo Jesús nos habla del amor misericordioso de Dios. No nos merecemos tanto amor, pero es él quien nos lo quiere regalar.

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Él nos da otra oportunidad, como a la higuera que no da fruto. Será él mismo quien, como buen viñador, cortará lo seco, cavará a nuestro alrededor y echará estiércol. Esforcémonos también nosotros en agradecer tanta misericordia de Dios y demos no echemos en saco roto su amor.

En el Evangelio del III Domingo de Cuaresma Jesús habla del amor misericordioso de Dios, que lo renueva todo.

Con razón dice también el Señor en el Evangelio a propósito de cierto árbol estéril: Hace ya tres años que me acerco a él sin encontrar fruto. Lo cortaré para que no estorbe en el campo. Intercede el colono; intercede cuando ya el hacha está a punto de caer y cortar las raíces estériles; intercede el colono como intercedió Moisés ante Dios; intercede el colono diciendo: Señor, déjalo todavía un año; cavaré a su alrededor y le echaré un cesto de estiércol; si da fruto, bien; si no, podrás venir y cortarlo.

Intercesión

Este árbol es el género humano. El Señor lo visitó en la época de los patriarcas: el primer año, por así decir. Lo visitó en la época de la ley y los profetas: el segundo año; he aquí que con la llegada del Evangelio amaneció el tercer año; casi debió ser cortado ya, pero el misericordioso intercede ante el misericordioso. Quien quería mostrarse misericordioso, él mismo se presentó como intercesor. «Déjale -dijo- todavía este año. Hay que cavar a su alrededor -la fosa es signo de humildad-, y echarle un cesto de estiércol, por si da fruto». Más todavía: puesto que una parte da fruto y otra no lo da, vendrá su dueño y la separará. ¿Qué significa la separará? Que ahora los hay buenos y los hay malos, como formando un solo montón, un solo cuerpo.

La Pascua en el horizonte

Los cuarenta días anteriores a la Pascua simbolizan este tiempo de nuestra miseria y nuestros gemidos, si hay quien tenga una esperanza por la que valga la pena gemir; en cambio, el tiempo de la alegría que tendrá lugar después, del descanso, de la felicidad, de la vida eterna y del reino sin fin que aún no ha llegado, está simbolizado en estos cincuenta días en que cantamos las alabanzas de Dios.

Por eso en estos días posteriores a la resurrección se repiten en la Iglesia las alabanzas de Dios: porque después de nuestra resurrección también será perpetua nuestra alabanza.

Alabemos, pues, al Señor, hermanos, puesto que poseemos sus fieles promesas, aún no hechas realidad. ¿Pensáis que es poco tener sus promesas de modo que podemos reclamarle como a un deudor? Dios se convirtió en deudor al prometer. Se hizo deudor por bondad, no porque le hayamos dado algo antes.

Sermón 254, 3.5-6.

 

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