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Sábado Santo: La voz del silencio

El hombre pacífico fue acusado de alborotador, al príncipe de la paz le llamaron violento y le condenaron a una forma denigrante de muerte, la sucia muerte de los infames y enemigos del pueblo.

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Los despojos de Jesús cuelgan de una cruz. Las autoridades judías piensan que la muerte borrará el nombre de Jesús del pueblo. Aunque su vida hubiera tenido una gran dignidad y ráfagas de hombre extraordinario, la muerte de Jesús en el Monte de la calavera parecía una maldición. “Maldito es de Dios el que cuelga de un árbol”, dice el Deuteronomio (21, 23). Pero la muerte no se puede buscar en Jesús.

La Semana Santa está formada por cuatro días que cambiaron la Historia de la Humanidad. Hoy nos fijamos en el Sábado Santo.

“¿Dónde está la muerte? Si la buscas en Cristo, ya no existe; existió, pero murió allí. ¡Oh vida, muerte de la muerte! Tened buen ánimo, que morirá también en nosotros. Lo que fue por delante en la cabeza se repetirá en los miembros; también en nosotros morirá la muerte” (Sermón 233,5).

Hay dos figuras que aparecen en el camino de Jesús hacia la muerte: Simón de Cirene y, según una antigua tradición, la Verónica. Simón -padre de Alejandro y de Rufo (Mc 15, 21)- no fue un voluntario, alguien que rompió la cadena formada por los soldados y, al ver a Jesús de bruces sobre el suelo, quiso aliviar el peso de la cruz. Probablemente, su ayuda fue a regañadientes y, al final, sintiera piedad y amor.

Compasión y sensibilidad

La Verónica es la mujer, la compasión, la sensibilidad, la valentía de la fragilidad que no duda en romper el cinturón de seguridad y limpia con un paño el rostro sanguinolento y sudoroso de Jesús.

Texto para dos anuncios en los medios: Se necesitan cireneos que ayuden a llevar las cruces que aplastan a tantos contemporáneos nuestros en el primer mundo, en el tercero, en el cuarto…No hay más que mirar con los ojos del corazón.

Se necesitan Verónicas que enjuguen lágrimas y derrochen dulzura. Se necesitan voces femeninas en la Iglesia para que sea posible la polifonía sinodal.  Y benditas “las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no criaron” (Lc 23, 29), las que, erróneamente, llamamos monjitas -si es un diminutivo cariñoso, vale- y son las que se quedan cuando las oenegés se retiran de los escenarios donde se han producido las calamidades que asolan nuestros pueblos y ciudades, de las orgías de sufrimiento que desentumecen nuestros corazones anestesiados.

Sábado Santo para escuchar el silencio sonoro de la muerte de Jesús. María, la madre, en el tanatorio del Gólgota velando el cuerpo sin vida de su hijo. Estremece la escena. El silencio de las muertes que más nos han golpeado. Virgen de la ternura, no de la amargura, por favor, aunque se venere y aclame con este título en la iglesia de San Juan de la Palma de Sevilla.

Octava palabra: Perdónanos porque no sabemos lo que perdemos por no hacer lo que debemos, perdónanos por no amar a quienes tendríamos que amar.

 

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