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Evangelio del III Domingo de Adviento, según San Agustín: ``Mis palabras son mis obras`` (Mt 11, 2-11)

En el cruce de palabras entre Juan y Jesús, entre los discípulos de uno y del otro, vemos que Juan quiere mostrar al mesías y éste no se centra en las palabras, sino en las obras.

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Los ciegos ven, los sordos oyen y a los pobres son predicados. Nosotros hoy tenemos que aprender a que nuestra fe, nuestra predicación debe pasar siempre por vivir bien, por ayudar al prójimo, porque nuestra vida vaya acorde con lo que creemos, porque si no ¿será verdadera una fe que no se vive realmente?

El que ha de venir

¿Qué significa, entonces, el que le enviase sus discípulos Juan, preso en la cárcel para ser ajusticiado ya, y les indicase: Id y decidle: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? ¿A eso se reduce toda la alabanza? ¿La alabanza se ha convertido en duda? ¿Qué dices, Juan? ¿A quién hablas? ¿Qué hablas?

En el Evangelio leemos el cruce de palabras entre Juan y Jesús. Y vemos también que además de las palabras, lo importante son las obras.

Hablas al juez y hablas como pregonero. Tú extendiste el dedo, tú lo mostraste, tú dijiste: He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo. Tú dijiste: Nosotros hemos recibido de su plenitud. Tú dijiste: No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¿Y ahora dices: Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? ¿No es el mismo? ¿Y tú quién eres? ¿No eres tú su precursor? ¿No se predijo de ti: He ahí que envío mi ángel delante de ti, y preparará tu camino? ¿Cómo preparas el camino, si te desvías de él?

Llegaron, pues, los discípulos de Juan y el Señor les dijo: Id y decid a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, a los pobres se les anuncia la buena noticia, y dichoso el que no halle en mí motivo de escándalo.

Obras

No sospechéis que Juan halló motivo de escándalo en Cristo. Y, no obstante, ese parece ser el tenor de las palabras: ¿Eres tú el que vienes? Pregunta a las obras: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia, y dichoso el que no halle en mí motivo de escándalo, ¿y preguntas si soy yo? Mis palabras -dice- son mis obras. Id y contadle. Después que partieron ellos…. Para evitar que, tal vez, alguien dijera: «Juan era antes bueno, pero el Espíritu de Dios lo abandonó», dijo estas cosas después de partir ellos; después que partieron los enviados por Juan, fue cuando Cristo alabó a Juan.

Discípulos

¿Qué significa entonces esta oscura cuestión? Alumbre el sol en que se encendió la lámpara. De ese modo la solución es del todo evidente. Juan tenía sus propios discípulos; más que estar separado de él, era un testigo dispuesto a testificar sobre él. De hecho, era conveniente que diese testimonio a favor de Cristo uno que también reunía discípulos, quien podía sentir celos de él, si no puede ver sus obras. Por tanto, como los discípulos de Juan estimaban tanto a su maestro Juan, oían el testimonio de Juan sobre Cristo y se quedaban maravillados; de ahí que, antes de morir, quiso que Cristo los confirmara.

Sin duda, ellos comentaban entre sí: «este (Juan) dice de él (Cristo) esas cosas realmente extraordinarias, pero no de sí mismo». Id y decidle, no porque yo dude, sino para instrucción vuestra. Id y decidle; lo que yo suelo deciros, oídselo a él; habéis oído al pregonero, oíd ahora la confirmación al juez. Id y decidle: ¿Eres tú el que vienes o tenemos que esperar a otro? Fueron y se lo dijeron; pensando en ellos mismos, no en Juan.

Y pensando en ellos dijo Cristo: Los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia. Ya me veis, reconocedme. Veis los hechos, reconoced a su autor. Y bienaventurado quien no halle en mí motivo de escándalo. Y me refiero a vosotros, no a Juan. Pues para que viéramos que no se refería a Juan, dijo: Después que partieron ellos, comenzó a hablar a la multitud acerca de Juan. El Veraz, la Verdad proclamó su elogio verídico sobre él.

Sermón 66, 3-4

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