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La oración es una de las acciones propias de la Cuaresma, junto con la caridad fraterna y el ayuno

Impresiona pensar que el 33% de la población mundial -según datos de El Orden Mundial- profesa la religión cristiana y está invitada, durante la Cuaresma, a poner el acento en su vida de oración por toda una serie de intenciones que tienen como objetivo la conversión personal y, como consecuencia, la conversión de la sociedad.

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Con el Miércoles de Ceniza, que celebramos el pasado 17 de febrero, iniciamos el Tiempo de Cuaresma, que se prolonga a lo largo de cuarenta días, y que termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo.

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto. En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material y, seguido de ceros, significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, donde nos encontramos con pruebas y dificultades. La práctica de la Cuaresma se viene realizando desde el siglo IV, cuando se la constituye en tiempo de penitencia y de conversión para toda la Iglesia.

En Cuaresma, los cristianos estamos llamados a una renovación espiritual, despojándonos de todo aquello que nos aleja de Dios, para situarle a Él en el centro de la vida. Este es el sentido de los sacrificios y a ello ayuda la oración.

No deja indiferente pensar que, en el mundo una de cada tres personas es cristiana y que durante estos días hay cristianos en muchos lugares rezando por intenciones como:

  • El fin de la persecución religiosa en países de Asia y África.
  • La defensa de la libertad religiosa.
  • El final de la corrupción en países como República Democrática del Congo, República Centroafricana, Somalia, Sudán o Guinea Ecuatorial.
  • La honestidad de los políticos para garantizar la estabilidad política en los países del mundo.
  • La preservación de la Amazonía, de los ecosistemas y los pueblos que están en riesgo de desaparecer.
  • El fin de las guerras y las hambrunas.
  • El final de las diversas pandemias que nos asolan.
  • La defensa de la vida en países en los que se están aprobando leyes que atentan contra ella.

Todos ellos son grandes problemas, cuya solución no está al alcance de nadie, y a la vez depende de todos. Porque los grandes cambios pasan por pequeñas decisiones, que toman personas concretas.

Cuando rezamos pedimos por grandes intenciones, pero también por la conversión de nuestro corazón, del de nuestro hijo, marido, mujer o amigo. Para que el amor de Dios remueva y renueve los corazones y lleve así a las personas, en su cotidianeidad, a ser más generosos, más justos, más comprometidos, más compasivos. En definitiva, mejores personas.

Cuando hablamos del poder de la oración, hablamos del poder transformador que tiene vivir en esta clave. Que en Cuaresma haya en todo el mundo 2.500 millones de personas rezando durante cuarenta días seguidos, de manera más intensa y continua, es una gran noticia que llena de esperanza a la humanidad.

 

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