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Cuarto Domingo de Cuaresma: ``El que realiza la verdad, se acerca a la luz`` (Jn 3, 14-21)

El Evangelio del cuarto domingo de Cuaresma nos invita a poner los ojos en el amor de Dios.

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Nos invita a verlo en Cristo crucificado. Amor y cruz. Amor y entrega. Un binomio esencial en la preparación que nos lleva a la Pascua. Nos invita a verlo en el Hijo del hombre elevado como la serpiente en el desierto.

Los israelitas en el desierto miraban la serpiente de bronce en el estandarte y quedaban curados de las picaduras mortales de las serpientes que les habían sido enviadas porque desconfiaron de la salvación de Dios; les faltó fe en ese Dios que les liberaba. (Cfr. Nm 24, 1-9).

El Evangelio del próximo domingo, cuarto domingo de Cuaresma nos invita a poner los ojos en el amor de Dios (Jn 3, 14-21).

Ahora, Jesús le está diciendo a Nicodemo y nos está diciendo a nosotros, que el crucificado es la muestra de amor extremo de Dios al mundo, a los hombres, y que creer en él nos trae una liberación plena, la vida eterna. Ahora mirar es creer.

La cruz es luz de Dios que ilumina la tiniebla y no creer es permanecer en la oscuridad.

Aquella noche, en conversación íntima, Jesús está introduciendo a Nicodemo en lo esencial de su vida, en el núcleo de su mensaje y misión; en la luz. Inmerso en su noche de búsqueda y de inquietud este importante representante de la religión judía en aquel momento está recibiendo la catequesis bautismal que le va trayendo a la fe. Ese ha sido también nuestro bautismo: insertarnos vitalmente en el amor de Dios que Cristo transparenta con su muerte y su resurrección. Creer como participación en la muerte de Cristo para resucitar a una vida nueva.

Así la vida del creyente, tu vida y mi vida, enraizadas en esa manera de amar de Dios, en ese amor-cruz, se concreta como vida de entrega y donación a quiénes comparten historia con él. Son las obras de la fe, la fe que actúa por el amor (Cfr. Gal 5,6). Es obrar en la verdad. Es vivir en la luz. Sin esa concreción seguimos en la oscuridad.

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