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Viernes Santo: Jesús muere levantado en la cruz

Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Resurrección. Son cuatro días que cambiaron la Historia y que cada año los cristianos celebramos para recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Ofrecemos una reflexión de cada uno de estos días, desde la perspectiva de la espiritualidad agustiniana y con la intención de que ayuden al lector a entender mejor su fe y a vivir con más sentido estos días.

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El desenlace de la vida de Jesús no es la consecuencia arbitraria de un error judicial provocado por el vocerío del pueblo y tampoco el resultado de la adversidad. Estamos ante el desarrollo del plan de salvación determinado por Dios. Para Jesús, ha llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, es el amor llevado hasta el límite. Las heridas de Jesús nos han curado, afirma Pedro (1 P 2, 24) recogiendo los rasgos más relevantes del siervo de Yahveh.

El Viernes Santo recordamos la Pasión y la muerte de Cristo en la Cruz. Aunque parezca paradójico la muerte forma parte de la Buena Noticia de Jesús.

Día de pasión y de muerte. Los brazos de Jesús, tensamente abiertos y clavados en un madero, son nuestro regazo, la respuesta siempre difícil ante la pregunta sobre el sentido del dolor y de la muerte. Día también de compasión ante las cruces que aplastan a tantos hombres y mujeres que sufren la enfermedad, la violencia, la repatriación. Nunca ha sido sencillo admitir el escándalo de la cruz. San Agustín se pregunta: “¿Dónde está la muerte? Búscala en Cristo; ya no existe; pero existió y murió en él. ¡Oh vida, muerte de la muerte! Levantad vuestro ánimo: la muerte morirá también en nosotros. Lo que fue por delante en la cabeza, se repetirá en los miembros; también en nosotros morirá la muerte” (Sermón 233, 4. 5).

El Crucificado no es el hombre derrotado, sino el Dios que vence a la muerte y desvela el más allá de la muerte.  “La muerte es cierta, pero la hora incierta; en este mundo, lo único que sabemos con certeza es la incertidumbre de la muerte” (Sermón 97, 2). Cuando alguien no habla de la muerte es porque ni siquiera se atreve a pronunciar la palabra. “Dios venció a la muerte para que la muerte no venciera al hombre” (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 14, 13).

La muerte de Jesús – aunque parezca paradójico – forma parte de la buena noticia de Jesús. Desde los primeros siglos, algunos han querido hacer de la Iglesia un grupo incontaminado, una selección elitista, cuando es por definición hogar común, hospital de campaña, consulta abierta para los mediocres, los ignorantes, los miembros más claudicantes de la condición humana. Jesús no sufrió para dispensarnos de sufrir, sino para dar valor a nuestro sufrimiento.

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