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Jueves Santo: Tomad y comed

Jesús y el pequeño grupo que le acompañaba cruzaron la ciudad. Al atardecer, se dirigieron a la sala que les había prestado un hombre que portaba un cántaro de agua (Mc 14, 13–16).

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La mesa es ancha para que quepan todos los comensales. Prepararon el matsoth, las tortas del pan sin levadura. “Tomad y comed”, en plural. Que nadie se adueñe del pan común. Nadie puede privatizar a Jesucristo, es el hombre–Dios de todos y para todos.

El pan era en el Israel antiguo el alimento básico, el principal artículo alimenticio. Los israelitas piadosos tenían la profunda convicción de que el pan era un don de Dios. En nuestros pueblos, antiguamente, si caía al suelo un trozo de pan al recogerlo se besaba.

Con el Jueves Santo comienza la Semana Santa, cuatro días que, para los católicos, cambiaron la Historia de la Humanidad.

San Agustín hace un comentario más amplio y se refiere al pan material, al pan de la Eucaristía y al pan de la Palabra. San Alonso de Orozco asegura que en la petición Dadnos, Señor, nuestro pan de cada día “nuestro Padre san Agustín dice que se ha de entender todo lo necesario a la vida, porque en la sagrada Escritura pan significa todos los manjares” (Declaración del Padrenuestro 12–13). En palabras de san Alonso, no pedimos “solo para el cuerpo, pero para ti, pides pan cotidiano, pan espiritual y pan sacramental” (Declaración del Padrenuestro, 88).

La Eucaristía es el sacramento del envío a compartir. “Dios quiso necesitar de ti, ¿y tú esconderás la mano? Tú alargas la mano y pides a Dios; pues bien, oye la Escritura: No se alargue tu mano para recibir y se encoja para dar. Dios quiere que se le dé de lo que dio.

Enviados a compartir

¿Qué das que él no te haya dado? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y no digo a Dios, sino a cualquiera que des: ¿Das algo de lo tuyo? Das de lo de Dios, que manda que des. Sé dispensador, no usurpador” (Comentario al Salmo 147, 13). Esta es la verdad total de la Eucaristía.

Cada comensal, según marcaba el rito, debía lavarse las manos. Jesús se ciñe la toalla -en un gesto que más que de humildad es de amor infinito- y lava los pies a los discípulos. Distintos autores han estudiado las posibilidades sacramentales de esta acción inesperada del Maestro. El Bautismo lava íntegramente al hombre, incluidos los pies – señala san Agustín-, pero vivir la condición humana supone pisar la tierra. “El Señor dice, la Verdad habla, que aun ese que se ha bañado tiene necesidad de lavarse los pies. ¿Qué, hermanos míos, qué suponéis, sino que en el santo bautismo se lava ciertamente al hombre entero, no excepto los pies, sino entero absolutamente? Sin embargo, cuando después se vive entre las cosas humanas, se pisa la tierra, evidentemente. Por eso, los afectos humanos mismos, sin los que no se vive en esta mortalidad, son, por así decirlo, pies donde se nos influye en virtud de las cosas humanas y se nos influye de forma que, si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Por eso nos lava cotidianamente los pies quien interpela por nosotros”

(Tratados sobre el Evangelio de San Juan 56, 4)

 

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