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Viernes Santo: Vivir así, es morir de amor
En la cima del Gólgota, la silueta de tres cruces de madera. La madera noble de arce, caoba, cerezo o roble que sirve para que el maestro carpintero fabrique muebles, también sirve para hacer cruces.
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Cruces para colgar cuerpos humanos desgarrados, cruces en forma de pateras, crucificados olvidados en sus ranchitos, sus chabolas, sus bohíos…Clavos que sujetan a la droga, a la ludopatía, a la corrupción.
La escena de Getsemaní es la de un Jesús acorralado por el miedo o de alguien que va hundiéndose en la realidad frágil de ser hombre hasta las últimas consecuencias.

El Cristo sereno, unido estrechamente al Padre, se siente ahora desamparado, repitiendo tercamente su oración como quien teme no ser oído.
Pilato esperaría que Jesús manifestara su fidelidad a Roma y zanjar así aquel desafío que era propio de un insensato o de un loco. El pueblo le quitó a Pilato sus últimas vacilaciones pidiendo la muerte del Nazareno. “Lleváoslo vosotros y crucificadlo; yo no encuentro ningún cargo contra él” (Lc 19, 6). La responsabilidad histórica no pesa sobre el pueblo judío, sino sobre los hombres concretos que participaron en aquel proceso. Lo recordó el Vaticano II: “Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Palabra de Dios” (Declaración sobre las religiones no cristianas, 4).
¿Cómo es posible que, a un hombre con una corona de espinas, ensangrentado y cargado con una cruz, se le llame “Jesús del Gran poder”? ¿No sería más exacto hablar del Señor del amor sin límites?
San Agustín y el Viernes Santo
“No solo no debemos avergonzarnos de la muerte del Señor, nuestro Dios, -comenta san Agustín– sino más bien poner en ella toda nuestra confianza y nuestra gloria. En efecto, recibiendo de nosotros la muerte que encontró en nosotros, hizo una promesa totalmente fidedigna de que nos ha de dar en él la vida que no podemos obtener de nosotros…Sin temor alguno, confesemos, o más bien profesemos, hermanos, que Cristo fue crucificado por nosotros; digámoslo llenos de gozo, no de temor; cubiertos de gloria, no de bochorno” (Sermón 218 C, 2).
Jesús pasó por la tierra haciendo el bien (cf. Act 10, 38), curando a los enfermos, se desvivió por los pobres, por ofrecer el perdón de Dios a los pecadores, por defender a los más débiles. Vivir así… es morir de amor.