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Evangelio del Domingo de Santa María Madre de Dios, según San Agustín: ``Ha nacido de mujer quien no fue sembrado por varón en la mujer`` (Lucas 2, 16-21)

En este primer día del año, celebramos a María, madre de Dios y madre nuestra. Ella, como nadie, ha podido unir en su maternidad lo humano y lo divino.

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En ella, Dios obró maravillas haciéndola madre del Salvador. En ella, Dios quiso que comenzará nuestra salvación, haciéndose carne de nuestra carne; asumiendo nuestra humanidad para elevarnos a Dios.

Por eso, también la Iglesia, como la Virgen María, es madre de multitud de hijos, y es virgen porque los concibe en la fe.

En el Evangelio del primer día del año, celebramos a María, madre de Dios y madre nuestra, que une en su maternidad lo humano y lo divino.

Dios, que se dignó unirse a nuestra naturaleza humana lo hizo para llevarnos a Él, para que podamos vivir en Él. Y María, Virgen y Madre, nos enseña el mejor camino: hacer siempre la voluntad de Dios.

Se hizo carne

Al hacerse carne, la Palabra del Padre que hizo los tiempos hizo para nosotros en el tiempo el día de su nacimiento. Por su nacimiento humano quiso reservarse un día aquel sin cuya voluntad divina no transcurre ni un solo día. Existiendo junto al Padre, precede a todos los siglos; al nacer de madre, se introdujo en este día en el curso de los años. Se hizo hombre quien hizo al hombre. De esa manera toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el pan, sed la fuente; duerme la luz; el camino se fatiga en la marcha; falsos testigos acusan a la verdad, un juez mortal juzga al juez de vivos y muertos, gente injusta condena a la justicia; la disciplina es castigada con azotes, el racimo coronado de espinas, la base colgada de un madero; la fortaleza aparece debilitada, la salud herida, la vida muerta.

Así se cumplió la profecía del salmo: La Verdad ha nacido de la tierra. María fue virgen antes de concebir y después del parto. ¡Lejos de nosotros creer que pereció la integridad de aquella tierra, es decir, de la carne de la que nació la Verdad! En efecto, después de resucitar, dijo a quienes creían que era un espíritu y no un cuerpo: Palpad y ved; un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Y, no obstante, la consistencia de su cuerpo joven, se hizo presente, estando cerradas las puertas, a sus discípulos. Si, siendo grande, pudo entrar a través de las puertas cerradas, ¿por qué no pudo asimismo salir, siendo pequeño, a través de miembros íntegros?

La Iglesia, nuestra madre

En él, en efecto, se dignó unirse a la naturaleza humana el hijo unigénito de Dios, para asociar a sí, como cabeza inmaculada, a la Iglesia inmaculada. Iglesia a la que el apóstol Pablo llama virgen no sólo en atención a quienes en ella son vírgenes también en el cuerpo, sino porque deseaba que fuesen incorruptas todas las almas. Dice él: Os he desposado con un único varón, para presentaros a Cristo como virgen casta. La Iglesia, pues, imita a la madre de su Señor: dado que corporalmente no pudo ser madre y virgen a la vez, lo es en el espíritu. Cristo, que hizo virgen a su Iglesia rescatándola de la fornicación con los demonios, en ningún modo privó, al nacer, a su madre de la virginidad. Celebrad hoy con gozo y solemnidad el parto de la virgen vosotras, vírgenes santas, nacidas de su virginidad inviolada; vosotras que, renunciando al matrimonio terreno, elegisteis también la virginidad física. Ha nacido de mujer quien no fue sembrado por varón en la mujer. Quien os trajo algo que amar no quitó a su madre eso que amáis. Quien sana en vosotras lo que heredasteis de Eva, ¡cómo iba a dañar lo que habéis amado en María!

Sermón 191

 

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