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Evangelio del I Domingo de Cuaresma, según San Agustín: ``Paga el Señor, sin deber nada`` (Mt 4, 1-11)

San Agustín explica cómo Jesús sufrió la tentación por parte del maligno. Al hacerse uno de nosotros, igual que nosotros, también pasó por el trance de la tentación. Sufrió la tentación del seductor porque él dominaba al hombre.

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De este modo, superando al tentador rompe el dominio que tenía sobre toda persona. Jesús vino a ser amigo del débil tentado, amigo de nuestra debilidad para darle fuerzas para superar esa debilidad. Y extingue el fuego de la debilidad con la fuerza de su resurrección. Jesús nos da la nueva vida con el poder de su resurrección superando nuestras tentaciones.

Sobre el Evangelio del primer domingo de Cuaresma, San Agustín explica cómo Jesús sufrió la tentación por parte del maligno.

La tentación

Cristo mismo quiso ser tentado, para hacerse nuestro mediador en las tentaciones con su ayuda y con su ejemplo. Primero arroja al enemigo de la fortaleza donde por todos los accesos trata de introducirse, y después de su bautismo, terminada la tentación seductora en el desierto, es cuando le ordena retirarse.

Él que estaba muerto en el espíritu, no logró triunfar del que estaba vivo en el espíritu y por eso, saciado de muertes humanas, dirige sus ataques y sus esfuerzos a sembrar la muerte donde le es permitido.

Mas allí donde seguro parecía su triunfo fue derrotado en toda la línea, porque, al recibir poder externo para exterminar la carne del Señor, se extingue su poderío interior, que nos esclavizaba de antiguo. Y así, por la única muerte de un hombre sin sombra de pecado, fueron desatadas las ligaduras del pecado en muchos muertos. Paga el Señor, sin deber nada, tributo a la muerte para que no nos perjudicase la nuestra, bien merecida.

No existía poder en la tierra para arrancarle la vida; mas Él, por su voluntad, se despoja de su carne; porque el que no podía morir si así lo anhelaba, sin duda murió porque quiso; y esta muerte injusta deja sin poder a potestades y principados, triunfando de todos en su carne.

Con el sacrificio verdadero de su muerte, ofrecido por nosotros en la cruz, purificó, abolió y extinguió cuanto en el hombre de culpable existía, y que con derecho los principados y potestades reclamaban se expiase con suplicios; y con su resurrección llama a vida nueva a los predestinados, pues a los que llamó justificó, y a los que justificó glorificó.

Dominaba el demonio con pleno derecho sobre el hombre, que, consintiendo, se había dejado seducir, mientras él, libre de la corrupción de la carne y de la sangre, se sentía ufano de una victoria que la fragilidad de la carne, enfermiza y pobre, proporcionado le había, y se estimaba opulento y fuerte al dominar al hombre harapiento y extenuado; mas perdió su cetro en la muerte de esta misma carne.

La salvación

Y a donde no pudo seguir al pecador a quien empujó en su caída, allí, acosado, impulsó al Redentor en su descenso. Y así el Hijo de Dios vino a ser nuestro amigo en la hermandad de la muerte, mientras el enemigo tentador, no pudiendo morir, se juzga mejor que nosotros. Dice nuestro Redentor: Nadie tiene mayor caridad que aquel que da su vida por sus amigos.

Se creyó Luzbel superior al mismo Señor al cederle éste, en su pasión, la supremacía, porque da Él se ha de entender lo que en el Salmo se lee: Le hiciste un poco inferior a los ángeles; y esto a fin de superar con su muerte inocente y en justo derecho la iniquidad del enemigo, que con plena justicia contra nosotros actuaba, y así apresó la cautividad, efecto del pecado, y nos libró de ]a esclavitud merecida al borrar con su sangre purísima, injustamente vertida, nuestra sentencia de muerte y redimir a los pecadores, justificándolos.

Sobre la Trinidad IV, XIII, 17.

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