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Evangelio del VII Domingo de Pascua, según San Agustín: ``La humildad de Cristo ha congregado las diferencias en una`` (Mateo 28, 16-20 )

En el domingo de la Ascensión del Señor Jesús al cielo, vemos cómo San Agustín nos anima a captar que debemos bautizar en el único nombre de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu.

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Y, cómo, si la soberbia dividió a las personas, ahora Cristo Jesús nos ha vuelto a congregar en Él para ser uno, para que el bautismo haga de nosotros un solo pueblo, para alabanza de Dios. La unidad es el vínculo de que estamos en Dios, por eso, San Agustín, nos habla tanto de la unidad de la Iglesia, como de la unidad de los creyentes para vivir la misma caridad de Cristo.

Veamos, pues, queridísimos, lo que ellos no quieren ver, no porque no ven, sino porque les duele verlo; está como cerrado frente a ellos. ¿A dónde fueron enviados los discípulos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para bautizar como ministros? ¿A dónde fueron enviados? Id, dijo, bautizad a todos los pueblos. Habéis oído, hermanos, cómo vino esa herencia: Pídeme y te daré en herencia tuya las naciones, y en posesión tuya los confines de la tierra.

En el día de la Ascensión del Señor, San Agustín anima a ver cómo debemos bautizar en el único nombre de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu.

Bautizar

¿En el nombre de quién? En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ése es el único Dios, porque han de bautizar no en los nombres del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, sino en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Donde oyes un único nombre, hay un único Dios, como de la descendencia de Abrahán está dicho y expone el apóstol Pablo: En tu descendencia serán bendecidas todas las gentes; no ha dicho «en descendencias» como en muchas, sino como en una única, «y en tu descendencia», que es Cristo. Como, pues, el Apóstol ha querido enseñarte que Cristo es único porque allí no dice «en descendencias», así también aquí, cuando está dicho «en el nombre», no «en los nombres», como allí «en descendencia», no «en descendencias», se prueba que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios.

 «Pero», dicen los discípulos al Señor, he aquí que hemos oído en qué nombre hemos de bautizar; nos has hecho ministros y nos has dicho: «Id, bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; ¿a dónde iremos?» El Señor ha resuelto la cuestión, la paloma la ha enseñado. ¡Gracias a Dios! A las naciones han sido enviados los apóstoles; si a las gentes, a todas las lenguas. Esto significó el Espíritu Santo repartido en lenguas, unido en la paloma. Por una parte, las lenguas se reparten; por otra, la paloma une. Las lenguas de las naciones han concordado, ¿y sola la lengua de África discuerda? ¿Hay algo más evidente, hermanos míos? En la paloma, unidad; en las lenguas de las naciones, sociedad.

Soberbia y caridad

Efectivamente, alguna vez las lenguas discordaron por soberbia y entonces las lenguas se hicieron de una única, muchas. En efecto, tras el diluvio, ciertos hombres soberbios, como si intentase fortificarse contra Dios, como si para Dios hubiese algo elevado, o algo seguro para la soberbia, erigieron una torre, como para que no los destruyera un diluvio, si se producía después. Si la soberbia hizo las diferencias de lenguas, la humildad de Cristo ha congregado las diferencias de lenguas. La Iglesia reúne ya lo que aquella torre había disociado. De una única lengua surgieron muchas; no te extrañes, la soberbia lo hizo. De muchas lenguas surge una única; no te extrañes, la caridad lo ha hecho porque, aunque los sonidos de las lenguas son diversos, en el corazón se invoca al único Dios, se custodia la única paz.

Comentario sobre el evangelio de San Juan 6, 9-10

 

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