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Evangelio del XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, según San Agustín: No hay ninguna doctrina, por falsa que sea, que no tenga algún retacillo de verdad (Lc 17, 11-19)

El Evangelio cuenta cómo diez leprosos se acercan al Señor para quedar sanados de su enfermedad.

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San Agustín nos ayuda a reflexionar sobre si se habla sólo de enfermedad o de algo más. Cuando se acercan a Jesús le llaman “maestro”, reconocen en él a alguien que puede sanarle de la enfermedad física, pero de algo más también, puede sanar sus vidas.

Es importante ver que un samaritano también se acerca a Jesús como a su maestro. Nos ayuda a pensar cómo la verdad de Dios habita en el corazón de toda persona buena que busca el bien.

El Evangelio del domingo cuenta cómo diez leprosos se acercan al Señor para quedar sanados de su enfermedad.

Más importante es responder a la pregunta de por qué los envió a los sacerdotes y quedaron curados mientras iban de camino. Porque no consta que enviara a los sacerdotes a ninguno de los beneficiarios de la salud corporal, a excepción de los leprosos. También había limpiado de la lepra a aquel a quien dijo: Vete, preséntate a los sacerdotes y ofrece por ti el sacrificio que mandó Moisés para que les sirva de testimonio. Cuestión posterior es qué clase de limpieza espiritual haya que entender en aquellos a los que reprochó su ingratitud. En el plano físico es fácil ver que un hombre puede tener la lepra y, sin embargo, no estar sano de espíritu; pero, en cuanto al significado de este milagro, la consideración de cómo un ingrato puede considerarse limpio inquieta a quien lo examina.

Sanar

Hay que indagar, pues, el significado de la lepra misma. Pues de los que la vieron desaparecer de su cuerpo no se dice que fueran sanados, sino limpiados. En efecto, la lepra es un problema de color, no de la salud o de la integridad de los sentidos o de los miembros. Por eso no es absurdo pensar en los leprosos como individuos que, al no poseer el conocimiento de la fe verdadera, profesan las diversas doctrinas del error. No son los que al menos ocultan su ignorancia, sino los que la sacan a la luz del día como si fuera una pericia consumada y hacen ostentación de apariencia al hablar. Por supuesto que no hay ninguna doctrina, por falsa que sea, que no tenga algún retacillo de verdad. Según esto, la mezcla de verdad y mentira sin orden ni concierto en una disputa o en cualquier conversación humana, como dejándose ver en el color de un único cuerpo, significa la lepra que modifica y motea los cuerpos humanos igual que si se tratara de afeites de color naturales o procurados artificialmente.

Estas personas son muy odiosas para la Iglesia. Tanto que, si es posible, han de interpelar a Cristo a grandes gritos desde una lejanía mayor, al igual que estos diez se pararon a distancia y levantaron la voz diciendo: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Lo propio debe ocurrirles a ellos. No me consta que nadie recurriera al Señor en demanda de la salud corporal dándole el título de maestro. Por ello, me inclino a pensar que la lepra es signo de toda doctrina falsa que un maestro competente consigue eliminar.

(Cuestiones sobre los evangelios II, 40, 1-2)

 

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