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Evangelio del XXXIV domingo del Tiempo Ordinario, según San Agustín: Creyó con el corazón, y confesó con su boca (Lc 23, 35-43)

Con esta fiesta de Cristo, rey del universo, cerramos el ciclo litúrgico. Este domingo vemos a Cristo reinar, pero desde una cruz. Reflexionamos sobre la contradicción de que muchos que vieron sus milagros, no creyeron en él; pero sí cree en él, el que está con él colgado en la cruz.

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En la debilidad, en el sufrimiento, en la entrega por amor, es cuándo Dios se nos hace más presente. Porque Jesús es un rey que reina desde la cruz, desde el servicio, desde el levantar a los caídos de nuestro mundo para elevarlos a Dios. Hagamos nosotros lo mismo, acompañemos, cuidemos a nuestros hermanos caídos, necesitados de nuestra ayuda, de nuestra cercanía. No vivamos un Dios que está en el cielo y se olvida de sus hijos, porque ese no es el Padre de Jesucristo, nuestro Señor.

Con la fiesta de Cristo, rey del universo termina el ciclo litúrgico. En el Evangelio del domingo vemos a Cristo reinar, pero desde una cruz.

Proclamar justicia

He proclamado rectamente tu justicia ante la gran Iglesia. Se dirige a sus miembros, les exhorta a que hagan lo mismo que él hizo. Proclamó él, proclamemos nosotros; padeció él, padezcamos con él; fue glorificado, lo seremos con él nosotros.

He proclamado tu justicia ante la gran Iglesia. ¿Cuán grande es? Como todo el orbe. ¿Cuán grande es? Está en todas las naciones. ¿Por qué en todas las naciones? Porque es descendiente de Abrahán, en quien serán benditas todas las naciones. ¿Por qué en todos los pueblos? Porque a toda la tierra alcanza su pregón. En la gran Iglesia. No cerraré mis labios, Señor, tú lo sabes. Mis labios hablan, no les voy a impedir que hablen. Mis labios hablan a los oídos de los hombres, pero tú conoces mi corazón.

No cerraré mis labios, tú lo sabes. Una cosa oye el hombre, y otra conoce Dios. No sea que la proclamación sea solamente de labios para fuera, y se tenga que decir de nosotros: Haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que hacen; o al mismo pueblo, que alaba a Dios con los labios, no con el corazón, haya que decirle: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Habla tú con los labios y acércate con el corazón. Pues con el corazón se cree para conseguir la justificación, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación.

El árbol de la cruz

Así sucedió con aquel ladrón, colgado de la cruz junto al Señor, que reconoció al Señor en la cruz. Los otros no lo reconocieron cuando hacía milagros, y este lo reconoció pendiente de la cruz. Estaba pegado a la cruz con todos sus miembros; sus manos estaban clavadas, y sus pies taladrados, todo su cuerpo estaba adherido al madero; aquel cuerpo no podía mover los demás miembros, pero sí estaban libres la lengua y el corazón: creyó con el corazón, y confesó con su boca. Acuérdate de mí, Señor, decía, cuando llegues a tu reino. Él esperaba que su salvación llegaría tarde, y se contentaba con recibirla después de mucho tiempo; la esperaba para después de un largo período, pero el día no se hizo esperar. Dijo: Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Y Jesús le respondió: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. El paraíso tiene árboles de felicidad: hoy estás conmigo en el árbol de la cruz, y también conmigo hoy en el árbol de la salvación.

(Comentario al salmo 39, 15)

 

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