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II Domingo de Adviento: Juan es la voz, Cristo es la Palabra (Lucas 3, 1-6)

En este domingo se nos presenta Juan, el Bautista, el mayor nacido de mujer, la voz que predica la conversión, que prepara los caminos del Señor. Por eso, San Agustín, nos recuerda que San Juan es la voz que oímos para que podamos comprender el mensaje de Jesús, la Palabra de Dios.

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De muchas formas Dios se nos ha manifestado, ha enviado predicadores para que escucháramos su palabra. Y antes de que Jesús se hiciera hombre, envió a la voz que nos anuncia al que sería la Palabra.

El domingo 5 de diciembre la Iglesia celebra el segundo domingo de Adviento, con una invitación a la conversión personal.

“Ciertamente, ya habéis captado, ya habéis comprendido que la palabra estaba en mi corazón antes de aplicarla a la voz por la que llegaría a vuestros oídos. Pienso que todos los hombres lo comprenden, porque lo que me acontece a mí, acontece a todo el que habla. Ved que ya sé lo que quiero decir, está retenido en mi corazón; pero busco la ayuda de la voz. Antes de que suene la voz en mi boca, está retenida la palabra en mi corazón. Así, pues, la palabra precede a mi voz, y en mí está antes la palabra que la voz; en cambio, para que tú puedas comprender llega antes la voz a tu oído, para que la palabra se insinúe a tu mente. No hubieras podido conocer lo que había en mí antes de la voz de no haber estado en ti después de emitida ella.  

Por tanto, si Juan es la voz, Cristo es la Palabra. Cristo existió antes que Juan, pero cabe Dios, y después de él, pero entre nosotros. ¡Gran misterio, hermanos! Estad atentos, percibid la grandeza del asunto una y otra vez. Me agrada el que entendáis y me hace más audaz ante vosotros, con la ayuda de aquel a quien anuncio; yo tan pequeño, a él, tan grande; yo, un hombre cualquiera, a la Palabra-Dios.

Juan representaba el papel de la voz en este misterio; pero no solo él era voz, pues todo hombre que anuncia la Palabra es voz de la Palabra. En efecto, lo que es el sonido de nuestra boca respecto a la palabra que llevamos en nuestro interior, eso mismo es toda alma piadosa que la anuncia respecto a aquella Palabra de la que se ha dicho: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio junto a Dios. ¡Cuántas palabras, mejor, cuántas voces no origina la palabra concebida en el corazón! ¡Cuántos predicadores ha hecho la Palabra que permanece en el Padre! Envió a los patriarcas, a los profetas; envió a tan numerosos y grandes pregoneros suyos. La Palabra que permanece envió las voces, y, después de haber enviado por delante muchas voces, vino la misma Palabra en su voz, en su carne, cual en su propio vehículo. Recoge, pues, como en una unidad, todas las voces que antecedieron a la Palabra y compéndialas en la persona de Juan. El personificaba el misterio de todas ellas; él, sólo él, era la personificación sagrada y mística de todas ellas. Con razón, por tanto, se le llama voz, cual sello y misterio de todas las voces”.

Sermón 288, 4.

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