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``No temas, basta que tengas fe`` (Mc 5, 21-43): Tocar al Señor con fe y humildad

El domingo es nuestra Pascua semanal y de ella fluye como un río la vitalidad de nuestra semana. El ritmo de nuestras agendas diarias viene a estar marcado por la luz, la fuerza del encuentro con una persona: Cristo resucitado. Nuestra vida está rodeada de muchos acontecimientos, los cuales, desde una óptica evangélica, no son sino una narrativa, no acontecimientos inconexos.

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Es el caminar de Dios con su pueblo, es la presencia del Dios con nosotros, el Emmanuel. No siempre es fácil hacer una adecuada integración de los acontecimientos difíciles de nuestra vida y responder a la invitación a que nuestra vida se convierta no en memoria de un sufrimiento sin sentido, sino en una historia de salvación continua, una vida lograda desde el amor de Dios derramado en nuestros corazones (Rm 5,5), la gracia del Espíritu Santo por el don del Bautismo. Ante este reto se nos presenta la Palabra de Dios en este domingo XIII con una clave muy especial y es la sinergia: participamos de la vida de Dios, hay una cooperación entre las capacidades humanas (virtudes humanas) y las capacidades operativas que Dios nos ofrece por las virtudes teologales (Caridad, Fe y Esperanza). En el mundo secularizado de hoy no es muy común hablar de virtudes, pero la historia nos muestra como el hombre no puede llegar a la meta sin la ayuda de su Creador.

En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús realizar dos milagros impresionantes. Jairo experimenta la muerte de su hija: un problema más allá de sus capacidades. Esto está claramente demostrado en la forma en la que Jesús se acerca, cuando él hace su camino y se adentra en la presencia del Señor. Él no es escéptico y argumentativo como los fariseos y saduceos. El Evangelista nos dice que él se postró a los pies de Jesús. Él era una persona importante de la ciudad estaba acostumbrado a estar al mando, solía tener las respuestas adecuadas y ayudaba a otros a resolver sus problemas, pero al enfrentarse a la enfermedad mortal de su hija, Jairo se da cuenta que hay un poder superior en el universo, más grande que él mismo; se hace humilde ante el Señor y el Señor acude con él para realizar el milagro. ¡Basta que tengas fe! (cfr. Mc 5,34-42)

El domingo, 27 de junio, el Evangelio de Marcos habla de la humildad y de la importancia de la fe para entender lo que nos sucede.

Por otro lado, el testimonio de la mujer que padecía flujos de sangre nos ilumina con la virtud de la humildad. Su enfermedad ha hecho esto. A diferencia de Jairo ella no era un líder poderoso en la sociedad, todo lo contrario, su enfermedad le había hecho una de tantos marginados. Ella era impura de acuerdo con la ley mosaica y arriesgó incluso su vida en una batalla para abrirse paso a través de la multitud tocando esas personas y haciéndolos también a ellas impuras ¿De dónde obtuvo ella la fuerza para superar todos estos obstáculos y acercarse a la fuente de la gracia? Pues de la humildad. «¡Hija tu fe te ha sanado!» (cfr. Mc 5,25-34). La virtud en lugar de disminuirnos nos hace grandes y fuertes para realizar grandes cosas y perfeccionada por el don de Dios mucho más.

En su historia de vida descubre los vastos límites de la fragilidad humana, pero orienta toda su atención a la misericordia sin límites de un poder más grande. Ella lo arriesga todo para tocar el manto del Señor. San Agustín comentando este pasaje nos dice que fue el toque de la fe lo que produjo la curación de la mujer. Es figura de la Iglesia, comunidad de creyentes: toquemos también nosotros, es decir, creamos para poder ser sanados. (Sermón 63 A, 2-3)

Así la humildad de estos dos personajes del Evangelio son una invitación potente a abrir nuestros corazones a la fe en Jesucristo pues por la fe se desata el poder salvador de Dios en nuestras circunstancias curándonos con su gracia del mal de la desesperanza, fortaleciendo nuestra debilidad, iluminando nuestras tinieblas.

Esto es un esquema para nuestra vida: cada día es una oportunidad para acercarnos al Señor, pero aconsejados por San Agustín, necesitamos de la virtud de la humildad: “Si eres humilde y pacífico, entonces Dios habita en ti. Dios es perfecto, pero si tú pretendes ser perfecto, no habitará en ti. ¿Quieres ser escogido, para que habite en ti? Sé humilde y teme sus palabras, y entonces habitará en ti, en tu corazón. Sólo quien se reconoce enfermo, quien no presume de sí mismo, quien siente la necesidad de ser curado, puede recibir la salvación y la presencia del Hijo de Dios” (cfr. Sermón 211, 4).

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