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Domingo de la Santísima Trinidad: El spinner de Dios

Tiempo atrás se pusieron de moda los llamados “spinners”. Pero este aparatejo, que era la sensación de muchos patios de nuestros colegios, pronto pasó a la historia.

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Hace algunos años, estaba un domingo como éste tratando de explicar nada más y nada menos que el misterio de la Santísima Trinidad, ¡vaya atrevimiento el mío! A lo que voy, es que en medio de la prédica, una mujer, rompiendo todos mis esquemas, saca de su bolso uno de esos spinners y me lo regala. Pues nada, ¡la primera en la frente! en la acción de compartir la fe, este gesto, me enseñó algo supra esencial. La Trinidad en nosotros es don inconmensurable y relación de amistad que conlleva gratuidad y reciprocidad.

Este aparato consiste en tres especie de círculos que giran sobre un mismo eje. ¡Eso me hizo el día! Padre, Hijo y Espíritu Santo un solo dios en la realidad de Tres Personas Divinas es una invitación potente a contemplar este misterio desde un punto de contacto que nos es familiar: la relación amorosa en su intimidad y a que esta ilumine todas nuestras acciones. ¡Misterium fidei!

El domingo 30 de mayo se celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad. El Evangelio de este día invita a la evangelización.

Definitivamente el misterio no es para explicarlo: el misterio es para adorarlo con el don de una fe firme, sencilla, pero con una hondura de fecunda obediencia. La adoración es la forma mas hermosa de toda persona de estar en la presencia de Dios. Ella necesita humildad, reconocimiento de algo mas grande que todo lo que conozco y el descalzarme, despojarme de todo prejuicio (cfr. Ex 3,2). Al ver a Jesús los once discípulos se postraron, pero algunos vacilaban (cfr. Mt. 28, 16). Así es como se nos presenta este domingo de fiesta: la posibilidad de un encuentro renovador para todo hijo de vecino: algo dinámico en movimiento, algo que es único, que nos desborda por la sobreabundancia de una afecto que nos es dado de lo alto, no tiene división pero que se revela, se manifiesta, nos habla, pero sobre todo nos hace partícipes de algo que criatura alguna pueda soñar: ser hijos amados de Dios (cfr. Rm 8,14-17).

San Agustín en el sermón 156, 14-15 nos dice que dado que el ser movidos por el Espíritu de Dios y por el amor se identifican dado que el amor De Dios ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5). El retorno anual de las solemnidades en nuestra Iglesia nos invita a entrar en sintonía con una acción real, una relación, una actualización, no es circularidad cronológica ritual y rutinaria. Estos tiempos que corren muchos los describen como un verdadero reto, vivir como cristianos. Entrar en dialogo con la realidad social, con tantas opiniones y verdades, inseguridades, tendencias políticas, pluralismo ideológico y un largo etcétera. Quizás una clave de contacto con la realidad, es la Trinidad como presencia y relación de amor que se dona en los sacramentos y en los hermanos de la comunidad; entrar en la dinámica de salir de nosotros mismo para el bien de muchos sin negar la Verdad. Si queremos conocernos a nosotros mismos preguntémonos por nuestra meta y cómo nuestro deseo e intención la van cristalizando por la voluntad que nos hace actuar de formas variopintas. Así el misterio de la Trinidad aquilata nuestro actuar a través del orden del amor (cfr. De Civitate Dei XV, 22) poniendo en primer lugar la comunión. Esta llamada a la participación de la comunión con Dios que ya ha inaugurado Cristo con su Encarnación y que ha dado a la humanidad a través de su muerte en la Cruz como manifestación plena del amor, nadie tiene amor mas grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13) y en su Resurrección donándonos el Espíritu de Hijos. Correspondamos a semejante don con el cultivo de nuestra fe en la presencia fiel y constante de Dios, no solo en el templo sino en nuestra agenda diaria, vivamos la humildad de saber que el estará con nosotros hasta el fin de los tiempos (cfr. Mt 28,20) y la absoluta dependencia en su gracia, porque sin él no podemos hacer nada (Jn 15,15). Esto nos lleva a vivir según la capacidad operativa de la Esperanza y a una Caridad que como fuego nos quema por dentro urgiéndonos a construir una vida lograda en el bien del otro, una perseverante comunicación en el bien objetivo. La iglesia es signo de la Trinidad porque es común-unión de personas distintas, pero no distantes y nunca se agotará la fuente amorosa que emana del seno trinitario. ¡No tengamos miedo ha vivir y hablar de estas cosas! El diseño original del hombre siempre será capax dei (DV 6). Los deseos y aspiraciones, alegrías y tristezas, las carencias y satisfacciones de nuestra humanidad, a pesar de que a lo largo de la historia lo conceptualicemos de formas tan diversas, la gramática es siempre las misma: necesidad de un amor de verdad. Celebrar este día es la opción de que libremente nos podamos situar ante la inmensidad de un don que es amor y nos permite amar y ordenar nuestros amores en razón de una felicidad mas grande que nosotros mismos. Con san Agustín digamos: para que amemos a Dios, es necesario que Dios habite en nosotros que su amor nos venga de él y de nosotros vuelva a él, que él sea quien nos mueva a amarle, nos encienda nos ilumine y nos excite a su amor (cfr. Sermón 128,4).

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