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Cuatro días que cambiaron la Historia: Sábado Santo

El gran día de la espera. Esperamos que las promesas de Dios se cumplan. Es el momento en el que la fe puede temblar, pero también es el momento en el que nuestra fe tiene que estar más viva y esperar. El mundo necesita profetas de esperanza.

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Uno de los aspectos más tristes de nuestro tiempo es la gran desesperanza en la que mucha gente está sumida. Hemos perdido la confianza en el ser humano y, tal vez, también en Dios. Tener fe es apoyarse en la fe de los hermanos y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás.

El Sábado Santo es un día de reflexión y silencio; un día en el que los cristianos esperan la resurrección del Señor.

El Sábado Santo es un día muy peculiar en la liturgia cristiana. Al igual que en el Viernes Santo, no hay celebración. No hay más que soledad. La soledad que nos da la muerte de Jesús. Es un día para la meditación y para la reflexión. La comunidad cristiana espera ante el sepulcro de Jesús. Allí está el amor crucificado. Allí está nuestra vida.

Confradía del Apóstol Santiago

En el contexto de nuestra semana santa bilbaína, para nuestra Cofradía, para todos nuestros cofrades del Apóstol Santiago, estamos ante nuestro día más especial ya que, al organizar la procesión de La Esperanza que recorre las calles contiguas a nuestra parroquia de los Agustinos, nos vemos envueltos en un estado semieufórico, antesala de la celebración que da sentido a todo lo que hemos recordado durante toda la semana y que es eje de nuestra fe cristiana.

Se entremezcla con las intensas vivencias de tantos días y también con el cansancio acumulado. Hay actividad a raudales, hay ilusión contenida, hay nervios en los preparativos para que todo acontezca de la mejor manera posible.

Todo ello, fuera del templo, contrasta con el acto que tiene lugar a mediodía en el interior del mismo. Los cofrades acompañamos a María en su soledad. En un acto íntimo, sencillo pero cargado de emoción. Hoy no podemos mirar a la Eucaristía ni a la Cruz. Miramos a María. Miramos a sus ojos y nos vemos reflejados en su dolor. Identificamos nuestras cruces y fracasos. La muerte en Cruz de Jesús nos deja solos, abandonados. Hoy incluso preferiríamos mirar a otro lado. Puede que la acompañen las piadosas mujeres, tal vez el discípulo amado…, pero María está sola.

La muerte de un hijo deja un vacío que no puede llenar nadie. El corazón de una madre es un misterio, es un corazón purificado por el sufrimiento y formado por muchos detalles de amor y de entrega total. He aquí la Madre de Dios viviendo la más bella historia de amor: contemplando a su hijo, el Hijo de Dios, como manso cordero llevado al sacrificio. María, con el cuerpo de su hijo entre sus brazos, nos dice a cada uno de nosotros: ¡hijo, aquí estoy! ¡Estaré contigo siempre!

Para María, ahora todo está centrado en el amor fiel y en la esperanza. Ella ilumina nuestra fe tantas veces dormida. A nosotros nos queda acompañarle por las calles y, al caer la noche, esperar y celebrar al finalizar nuestra procesión su encuentro victorioso con Nuestro Padre Jesús del Amor y, en la Vigilia Pascual, el paso desde el luto y las tinieblas a la luz y la alegría. Madre, Tú que eres la “llena de gracia”, ayúdanos a abrir los ojos y el corazón para ver a Dios nuestro Señor.

Esto nos dice el Señor Dios: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel.

Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor.

Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago, oráculo del Señor” .

(Profecía de Ezequiel (37, 12-14)

Cofradía Penitencial del Apóstol Santiago de Bilbao

 

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